¿Discutir o pelear?

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Si bien es cierto que el lenguaje tiene muchas utilidades, en términos generales se podría decir que es un instrumento por el cual se pretende expresar o comunicar algo. Ese “algo” puede ser una idea, un pensamiento, un sentimiento mientras que las maneras de expresarlo/a pueden ser tanto verbal como escrita.

Las personas somos sociables por naturaleza, algunas más que otras pero lo que todas tenemos en común es que nos genera bienestar el hecho de sociabilizar. Compartir tiempo con los demás: hablar, reír, cantar, bailar, jugar.

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De esta interacción, como es normal, a veces vienen los desacuerdos. Algunos parten de cosas puntuales como pueden ser la hora de quedada, la actividad a realizar, el lugar de encuentro o incluso gustos particulares sobre lo “ideal” de las modas, la apariencia física, aficiones. Otras, sin embargo, tienen un origen más hondo, como puede ser la política, la religión, la educación, sistema de valores, manera de ver la vida…

A veces, como todo en esta vida, este intercambio tan beneficioso acaba siendo una especie de tortura, depende de cómo haya sido la interactuación. Si bien el fin último de una discusión pretende ser el intercambio de opiniones y el enriquecimiento mutuo de las partes, muchas veces se convierten en un campo de batalla, donde lo que de verdad importa es ganar, sin importar el precio.

¿A qué me refiero con esto de ganar? A tener la razón. Si una parte tiene la razón, la otra, en consecuencia, no la tiene. Ni mucho menos. A veces las dos partes tienen razón, porque hablamos de distintas perspectivas. A veces ninguna de las dos, ya que solo son creencias enfundadas pero no corroboradas. Intentar convencer a la otra persona de que nuestra perspectiva es la correcta no justifica bajo ningún concepto menospreciar a la otra parte, humillarla o dejarla en evidencia. Hay que demostrar fehacientemente que lo que uno dice es realmente la verdad.

No se puede pretender tener siempre la razón. No se va a llegar siempre a un acuerdo, pero por eso la otra parte no se convierte en enemiga. Hay que saber aceptar distintas opiniones, pensamientos, ideas, sentimientos y percepciones de la realidad. La estrechez mental, el orgullo, la arrogancia y la necesidad de autorreafirmarse indican solo un posible camino.

La soledad.

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