Todas las personas podemos ser perversas en alguna que otra ocasión, no hace falta rebuscar mucho, nos encontramos con ejemplos todos los días en relaciones de toda clase: laborales, familiares, personales, de pareja… y además la sociedad está tan acostumbrada a verla a diario que parece casi como que nos impulsa a vivir con sentimientos negativos. La mayoría de las personas cuando actúa mal se siente mal, culpable e intenta justificar sus actos.
Pero algunas personas son perversas de una manera crónica. Suelen escoger una víctima con mucha cautela. Suelen escoger a personas buenas, inocentes, aquellas que saben vivir la vida y gozan con cierto entusiasmo los placeres de vida. La problemática de la persona elegida es que las personas perversas suelen ser encantadoras al principio de la relación, por lo que es difícil darse cuenta de su verdadera naturaleza.
La persona perversa, a diferencia de la acosadora, no trata de humillar, intimidar o vejar a la víctima, sino que lo hace de una manera más sutil. No utiliza insultos. No utiliza agresiones físicas ni verbales. Hace pequeños desprecios, pequeños desaires que se van reiterando en el tiempo y que pueden variar de intensidad dependiendo de la relación y dependiendo de la víctima.
Una persona sensible, buena, honrada difícilmente va a pensar que se trata de una persona perversa y puede perdonar y perdonar hasta la saciedad, pero todo tiene su límite. Puede que piense que comunicándose con ella puede arreglar las cosas pero eso no va a pasar nunca porque esta clase de personas no dan la oportunidad de tener una comunicación directa y no piden disculpas nunca, por lo que la víctima se encontrará desamparada, sin saber que hacer o como demostrar que realmente esta inmersa en una relación dañina. Sobre todo, porque su maltratador tratará a los demás con normalidad.
El origen de este comportamiento viene de que estas personas ven el mundo como un lugar frío y sombrío, donde todo es maligno y por ende, ellos son incapaces de amar y cuidar de nadie porque ellos necesitan destruir para sentirse seguros. Escogen a esa clase de personas quitándoles su vitalidad, su alegría y sus ganas de vivir y de experimentar, hasta que se convierten en seres deprimidos y vacíos.
La mejor manera de superar este estado es alejándose de esa persona sin convertirnos en personas deprimidas y vacías, con nuestro amor, nuestras ganas de vivir y de experimentar, con la alegría de la vida. Las personas que se ven sumidas en esta clase de relaciones no son débiles, sino demasiado confiadas, porque creen que ellos tienen la clave para hacer feliz a la otra persona y cuando ven que no lo consiguen, y que además su vida se ve negativamente afectada, se sienten culpables.
«Quien no sabe amar, aún no ha aprendido a vivir». I.L.