La historia de su vida se volvía a repetir. Una vez más su ADN le había hecho una nueva jugarreta. Como en tantas y tantas ocasiones, se había visto envuelta en medio de un relámpago del catatumbo del que no sabría si saldría viva. Ella miraba al cielo, viendo como caían los rayos despiadadamente a su lado, casi hasta alcanzarla. Caían tan cerca, que casi podía sentir como la electricidad recorría su cuerpo, electrocutándola milímetro a milímetro, molécula a molécula, dejándola en shock sin poder hacer nada para esquivar ese dolor que sentía cada milímetro de su piel, cada parte de su cuerpo hasta dejarla inconsciente como un harapo en el suelo.
Quería correr, deprisa. Quería huir de ahí, pero no podía. Ella era tan diminuta frente a semejante catástrofe natural. Era una de esas ocasiones en que la naturaleza hacía una de las suyas dejando cada elemento que encontraba a su paso destrozado, arrasaba con su furia cada recoveco por el que pasaba, sin piedad. Por esa misma razón, pensaba que correr no le serviría de nada, ya que cualquier paso dado en falso acabaría con ella.
Quería gritar. Quería gritar tan alto como para que el mundo entero le oyera. Quería pedir ayuda, gritar socorro, mas nadie le oiría. Estaba frente al relámpago del catatumbo ella sola. ¿Qué podía hacer ella? ¿Cómo lograría salir de ahí? No le serviría de nada correr, no le serviría de nada gritar. Aquellos truenos eran como los rugidos de un dios, de una eminencia, exclamando desde otra galaxia. Su interior se estaba convirtiendo en una mezcla de miedo, impotencia, rabia e ira. ¿Quién le había dejado allí sola?
Poco a poco vio cómo la tierra se iba resquebrajando. Empezó a temblar como cuando dos placas tectónicas chocan . La superficie de alrededor empezó a desprenderse, a pedazos. Se quedó de pie, como pudo, en medio de una isleta, rodeada por agua, a treinta y cinco metros de altura. Ahora ya no tenía escapatoria. No podría salir de allí intacta. Solo cabría dos posibilidades: saltar con la esperanza de sobrevivir o bien quedarse allí y morir deshidratada. Ninguna de las opciones le pareció válida.
Sintió como algo en su interior se rompía. Le dolía el pecho. La intensidad de sus emociones se iba acrecentando. Su corazón se estrujaba, cada vez con más fuerza. Le oprimían sus sentimientos. Eran esos gritos ahogados, esas zancadas reprimidas, intentaban abrir camino. Había surgido un relámpago del catatumbo dentro de su ser.
Como si quisiera calmar el caos de su interior, la furia se había apoderado de ella, una furia que tensaba todo su cuerpo, algo que no había sentido hasta entonces. Una nueva fuerza nació dentro de sí.
Miro al frente, con determinación. Dio algunos pasos atrás. Cerró los ojos durante unos segundos. Aspiro, hondo. Respiro, lento. Volvió a abrirlos. Algunas lágrimas empezaron a brotar por sus ojos. Cogió impulso con el pie derecho. Empezó a correr, viendo cómo se acercaba al abismo. En el último de los pasos cerró los ojos sin saber qué ocurriría después.
El miedo le inundó, el coraje, por primera vez, le abrazó.